Ese día despertó
como cualquier otro. Sabía que iba más rápido que lo que el cuerpo le daba pero
pensó que esa era la única manera posible de poder avanzar en lo que se
proponía. Preparó una tostada, la taza de té que no llegaba al tope, y en menos
de 3 minutos ya estaba afuera.
Mientras
esperaba el San Martín, pensó que era su momento, que esa mañana nada podía
pasar que fuera en contra de su deseo irrefrenable de voltear el rumbo. Pero
que estúpido, si a fin de cuentas no depende de uno. No importaba, prefería
pensarlo así. El viaje de 30 minutos lo tuvo enfrentado a una flaca de pelo
castaño que lo puso incómodo. Por aquellos días, los vagones habían cambiado
pero la densidad humana por metro cuadrado seguía siendo la misma. Cuando
después de dos estaciones se aflojó un poco todo, se dio cuenta que la piba no
lo miraba, eran sus ganas de que así sucediera.
Bajó en Retiro,
apurado porque la hora del encuentro ya se le venía encima. Era obsesivamente
puntual, a tal punto que solía llegar antes de la hora pautada, cuestión que lo
ponía por demás ansioso. Corrió para no perder la C, y una vez arriba ya sabía
que llegaría a tiempo.
Cuando pudo
perderse entre el río de gente que se dispersaba en la intersección de Diagonal
Norte y 9 de Julio, se puso los auriculares para distraerse en el instante
previo. Una voz ronca gritaba: “Será un camino que no tiene huella, la suerte
que le ha tocado a la estrella que te ha de guiar”. Cruzó miradas con manteros,
gente pidiendo, pibes de vacaciones, madres atajando a pibes de vacaciones y
algún que otro tragedia salvando al mundo por celular.
Hacía tiempo
venía juntando fuerzas para poder romper la inercia que le impedía dar el
puntapié para cambiar el rumbo de sus últimos años. Tenía la expectativa
intacta de que esa mañana era el momento indicado. Se detuvo frente al edificio
en el que había sido citado, miró la fachada y se adentró.
- Hola,
buen día! Vengo a ver a Juliana…
- Si,
tenías una entrevista con ella?
- Si,
me dijo a las 10…
- Mirá
ella no llegó todavía, si la querés esperar, podés tomar asiento…
Mientras
aguardaba, fue observando a los que iban llegando. Se sintió un pelotudo por
como había ido vestido. Entraban todos muy “descontracturados”: pantalones
anchos, mochilas de pibe de secundario, una bermuda, y de vez en cuando una que
otra camisa. Pasaron algunos minutos y empezó a molestarse, si había algo que
lo alteraba eran los/las impuntuales. Justo cuando estaba por estirar un poco
las rodillas vio que la mina que venía a ver, entraba al edificio, con una
tranquilidad total como si nunca hubiera existido tal cita. Pensó en saludarla,
porque aunque no la conocía, las redes sociales le habían hecho presente su
foto de perfil. Dudó, pero decidió que era mejor esperar.
Lo que pasó
después no tiene mucho sentido. Desde que vio aquella oficina supo que ahí no
estaba la papa. La mina no le pidió disculpas por su impuntualidad o si lo hizo
fue de un modo tan cordial como inverosímil. Escuchó la propuesta, se entusiasmó
pero algo lo hacía dudar, allí en ese instante se condensaban todas sus
inseguridades. No importaban igual, pudo exponer lo que sabía eran sus certezas
y quedaron a la espera de un contacto. Con el correr de los días, mirar el
celular cada 20´´ se había convertido en un tic nervioso insoportable.
Unas semanas
después, cuando ya ni se lo proponía, volvió a despertar seguro de que esa
mañana sería la indicada. Que quizás aquel último amague, había sido como ese
equipo que toca fondo para renacer más fortalecido que antes.