jueves, 13 de noviembre de 2014

Regrésenlos


La desaparición de los 43 estudiantes mexicanos de la Normal Rural de Ayotzinapa el pasado 26 de septiembre despertó un clamor popular en la sociedad mexicana que se viene manifestando desde aquella fecha en los distintos estados del país centroamericano. Si bien el hecho no escapa a lo que viene sucediendo allí, algo hizo que en esta ocasión el pueblo saliera a la calles a reclamar justicia, a exigir respuestas.

Las víctimas eran estudiantes rurales, en su mayoría campesinos que querían ejercer como docentes en una de las tantas regiones donde en México el Estado no garantiza una educación pública, y donde ni siquiera se dan respuestas a las necesidades más básicas.
Según cifras oficiales (y no por eso confiables) desde el 2006 hasta agosto de este año, son cerca de 24mil las personas que permanecen desaparecidas en suelo mexicano, de las cuales del 90% no se sabe absolutamente nada ni se ha avanzado en ningún tipo de investigación. Ahora el Estado, con esta última matanza salió a decir desde la voz del Procurador General de la Nación que los estudiantes fueron asesinados por sicarios. Es decir, según el gobierno de Enrique Peña Nieto, es un tema de carteles, casi de absoluta y exclusiva responsabilidad narco.
En ese sentido, no es casualidad que las principales manifestaciones que se vienen suscitando tengan como principal bandera, la consigna: ¡Fue el Estado! El pueblo de los 32 estados mexicanos sabe de los vínculos que el gobierno (el actual pero también sus antecesores) tiene con los negocios del narcotráfico. Sabido es también que dicha relación es absolutamente funcional cuando se necesitan cometer crímenes como el de Ayotzinapa.
Son crímenes políticos
Si fue el Estado. Si eran campesinos. Si eran estudiantes reclamando por mejores condiciones para su comunidad. Definitivamente las muertes de Iguala, Estado de Guerrero, fueron entonces crímenes políticos.
Hacer un recorrido que explique las respuestas del gobierno mexicano y cuáles serán los pasos a seguir excede largamente el propósito de esta nota. Por eso, brevemente lo que pretendo es presentar un material sonoro acerca de un acto que tuvo lugar el pasado 26 octubre, cuando una masiva movilización se hizo presente en el corazón del Distrito Federal. Allí en la plaza del Zócalo, entre otras personalidades y movimientos sociales tomó la palabra Elena Poniatowska, reconocida escritora y periodista mexicana, autora de entre otros: La noche de Tlatelolco. Sin disimular su conmoción por lo narrado dedicó ante la multitud un discurso que incluyó perfiles que escribió el periodista Paris Martínez junto a amigos y familiares de las víctimas.
Los normalistas de Ayotzinapa  estaban recaudando fondos no sólo para mejorar su escuela sino para poder viajar a participar del 2 octubre, fecha en que se conmemora la fatídica noche de Tlatelolco, en la capital de la república. Aquella noche de 1968 las víctimas eran, entre otros, estudiantes. Hoy, 46 años después, son también estudiantes a los que pretenden hacer callar. No sólo que tal cosa no sucede, sino que el pueblo mexicano grita cada vez más fuerte: Regrésenlos! 


viernes, 24 de enero de 2014

Las sensaciones y la realidad


“Se va a terminar el relato del gobierno y lo que viene detrás de eso se llama crisis”. “La inseguridad es una sensación”. “Los 600 pesos son para los vagos de siempre”. “La sensación térmica tocó los 47.6”. “Cristina no habla de las cosas que le importa a la gente”.”Si liberan el dólar van a salir todos a comprar dólares”.
Frases como estas son moneda corriente por estos días. En verdad algunas tienen más actualidad que otras pero todas circulan naturalmente al menos en los medios de información, en la gente en las oficinas, y hasta en el comercio amigo del barrio. Puede que en algunos (y muchos) lugares ni sepan de estas frases o no tengan la misma connotación que le asignan quienes más las frecuentan, pero eso no importa porque justamente son eso: otros.
Discursos que despiertan algunas preguntas. ¿Quién y cómo se define la sensación térmica? ¿A alguien le importa? ¿Por qué tiene tanta legitimidad que hasta se la llama con onda como “la térmica”? ¿Y por qué vale hablar de sensaciones para la temperatura y no para la inseguridad? Pero entonces, ¿Cuándo lo que decimos es realidad y cuándo es relato? A quien les habla le parece que esta última pregunta lo resume todo. Es decir, el enorme desconocimiento acerca de que los discursos (del gobierno, de “la gente”, de la oposición, etc.) implican necesariamente posiciones de sujeto, atravesados por luchas de poder para ver quién instala cuál verdad y oculta tal otra, es sin lugar a dudas uno de los principales ejes que deberían cruzar de punta a punta el debate respecto a nuestra coyuntura. ¿Cómo puede ser que estemos viendo una imagen de unas manitos contando dólares durante 72 horas continuas? Por estos días, muchos andan repitiendo cientos de verdades que dicen saber como serían las soluciones a los problemas de nuestro suelo, de nuestra economía más precisamente. “El gobierno devalúa la moneda” Pero yo me pregunto, si es lo que le pide la derecha, ¿De qué se quejan? Acaso, ¿todo se resume en que como detestan al gobierno todo lo que hagan en la dirección que sea va a ser cuestionado?
No importa si sos K o nos sos K. Sería necio negar que el 2013 fue por lejos el peor año de lo que conocemos por kirchnermismo. Que por ejemplo problemáticas como las del transporte público o la crisis energética les explotó en las manos, que la inflación se ha incrementado profundamente, etc. Ahora bien, cabría preguntarse por qué la crítica que más peso tiene es la que responde a los intereses de un sequito de inescrupulosos que dicen saber como salir de esta, pero que son los mismos que llevaron el país a la ruina. Por qué no le pedimos al gobierno que no pague más la deuda más nefasta e ilegítima y con esa plata invertimos en educación y salud pública por ejemplo. ¿Por qué hay “gente” que dice que el país se va al tacho cuando al mirar “las manitos que cuentan dólares” ven que el precio de esa moneda maldita se va para arriba? Y lo que es peor aún, ¿Por qué no decimos lo mismo cuando desaparecen personas, o cuando el informe de la Corte Suprema acerca de los homicidios nos revela que el mayor número de casos se da entre personas de clases bajas y, aún más, que en su mayoría son casos que nunca llegan a resolverse? ¿Por qué el país no se va al tacho cuando Monsanto o la Barrick destruyen nuestro suelo para llevarse la plata a sus pagos, o cuando después de nacionalizar YPF viene Chevrón que se fue a las patadas de Ecuador por denuncias de contaminación ambiental, y que hasta están cuestionadas de repercutir en el cambio climático que acá llamamos “sensación térmica”?
En fin, está claro que el Gobierno Nacional tiene menos margen de maniobra, que la realidad está más compleja que nunca y que habrá que tener más cuidado que antes para saber desde dónde pararse para discutir estas cuestiones. Al menos, una certeza ya tenemos: la disputa por el sentido es y seguirá siendo una clave fundamental para no dejar de pensar que una sociedad más justa sea posible.