“Se va a terminar el relato del gobierno y lo
que viene detrás de eso se llama crisis”. “La inseguridad es una sensación”.
“Los 600 pesos son para los vagos de siempre”. “La sensación térmica tocó los
47.6”. “Cristina no habla de las cosas que le importa a la gente”.”Si liberan
el dólar van a salir todos a comprar dólares”.
Frases como estas son moneda corriente por
estos días. En verdad algunas tienen más actualidad que otras pero todas
circulan naturalmente al menos en los medios de información, en la gente en las
oficinas, y hasta en el comercio amigo del barrio. Puede que en algunos (y
muchos) lugares ni sepan de estas frases o no tengan la misma connotación que
le asignan quienes más las frecuentan, pero eso no importa porque justamente
son eso: otros.
Discursos que despiertan algunas preguntas.
¿Quién y cómo se define la sensación térmica? ¿A alguien le importa? ¿Por qué
tiene tanta legitimidad que hasta se la llama con onda como “la térmica”? ¿Y
por qué vale hablar de sensaciones para la temperatura y no para la
inseguridad? Pero entonces, ¿Cuándo lo que decimos es realidad y cuándo es
relato? A quien les habla le parece que esta última pregunta lo resume todo. Es
decir, el enorme desconocimiento acerca de que los discursos (del gobierno, de
“la gente”, de la oposición, etc.) implican necesariamente posiciones de
sujeto, atravesados por luchas de poder para ver quién instala cuál verdad y
oculta tal otra, es sin lugar a dudas uno de los principales ejes que deberían
cruzar de punta a punta el debate respecto a nuestra coyuntura. ¿Cómo puede ser
que estemos viendo una imagen de unas manitos contando dólares durante 72 horas
continuas? Por estos días, muchos andan repitiendo cientos de verdades que
dicen saber como serían las soluciones a los problemas de nuestro suelo, de
nuestra economía más precisamente. “El gobierno devalúa la moneda” Pero yo me
pregunto, si es lo que le pide la derecha, ¿De qué se quejan? Acaso, ¿todo se
resume en que como detestan al gobierno todo lo que hagan en la dirección que
sea va a ser cuestionado?
No importa si sos K o nos sos K. Sería necio
negar que el 2013 fue por lejos el peor año de lo que conocemos por
kirchnermismo. Que por ejemplo problemáticas como las del transporte público o
la crisis energética les explotó en las manos, que la inflación se ha
incrementado profundamente, etc. Ahora bien, cabría preguntarse por qué la
crítica que más peso tiene es la que responde a los intereses de un sequito de inescrupulosos que dicen saber como salir de esta, pero que son los mismos que
llevaron el país a la ruina. Por qué no le pedimos al gobierno que no pague más
la deuda más nefasta e ilegítima y con esa plata invertimos en educación y
salud pública por ejemplo. ¿Por qué hay “gente” que dice que el país se va al
tacho cuando al mirar “las manitos que cuentan dólares” ven que el precio de esa
moneda maldita se va para arriba? Y lo que es peor aún, ¿Por qué no decimos lo
mismo cuando desaparecen personas, o cuando el informe de la Corte Suprema
acerca de los homicidios nos revela que el mayor número de casos se da entre
personas de clases bajas y, aún más, que en su mayoría son casos que nunca
llegan a resolverse? ¿Por qué el país no se va al tacho cuando Monsanto o la
Barrick destruyen nuestro suelo para llevarse la plata a sus pagos, o cuando
después de nacionalizar YPF viene Chevrón que se fue a las patadas de Ecuador
por denuncias de contaminación ambiental, y que hasta están cuestionadas de repercutir
en el cambio climático que acá llamamos “sensación térmica”?
En fin, está claro que el Gobierno Nacional
tiene menos margen de maniobra, que la realidad está más compleja que nunca y
que habrá que tener más cuidado que antes para saber desde dónde pararse para
discutir estas cuestiones. Al menos, una certeza ya tenemos: la disputa por el
sentido es y seguirá siendo una clave fundamental para no dejar de pensar que
una sociedad más justa sea posible.